viernes, noviembre 1

DIEZ AÑOS DE VIDA

Hace diez años (madre mia, diez años ya) llegábamos a Kiev tirando con mucha fuerza de un hilo rojo que parecía interminable, con nuestros maletones color esperanza rebosando miedos, incertidumbres, ilusiones, papeles, amor sin freno. Llegamos a un Kiev gris y frío con el diccionario de ruso en una mano, con cincuenta palabras aprendidas y sin el manual de instrucciones de padres primerizos (aunque de la mano de mis padres, manual con patas de padres ejemplares). 

Recuerdo el apartamento, las caras de nuestros "cuidadores", la angustia infinita de la primera noche, los nervios en el estomago, las conversaciones un tanto intrascendentes en la cena para no hablar de los miedos y los nervios, la noche en vela. 

Recuerdo la visita al Centro de Adopciones, las carpetas llenas de fichas, la prepotencia de los funcionarios, el ramo de flores para la directora del centro, las docenas de familias en la sala de espera como si fueran a pasar a ver al médico o a renovar el carnet de identidad pero sabiendo que detrás de aquellas puertas, en aquellos archivadores polvorientos, estaban todas las esperanzas e ilusiones concentradas en años de espera, de burocracia, de confiar en el destino, en Dios, en la ayuda de desconocidos que a través del bendito internet te tendían una mano y te alumbraban el camino para dar el siguiente paso. Y todos los pasos llevaban a aquella pequeñísima sala de espera llena de casi-padres, de familias de diversas nacionalidades a punto de nacer o de completarse, a esa sala llena de murmullos, de angustia y de sueños.

Recuerdo unos dias despues el viaje a Odessa (¡¡como para olvidarlo!!) y, por fin, recuerdo la cara de mi hijo en el segundo en que la vida nos cambió para siempre y para mejor. Han pasado diez años, pero aunque pasen cien, nunca podré olvidar la cara de mi hijo, que aún no era mi hijo, en el momento que me miró por primera vez.

Hace diez años conocimos a este pequeño gran hombre que llena de luz cada segundo de cada día. ¡Que poquito has cambiado, cosaco!. Sigues siendo ese niño tierno, confiado, divertido, inquieto, curioso y alocado que eras cuando te conocimos. Y, sin embargo, ya casi eres un hombre. 

Me has preguntado alguna vez, ahora que te gusta tanto buscar palabras en el diccionario, que es es adoptar. Adoptar, hijo, es abrirle tu corazón a alguien que no es de tu sangre y dejar que te lo robe por completo, que te lo llene de ternura, que ponga tu vida boca abajo y se convierta en una parte de ti. Es un poco como lo que dice el zorro de El Principito (que espero algun día leerás tu solo), cuando domesticas a alguien, cuando lo adoptas, tienes necesidad de esa persona para siempre, siempre seremos especiales el uno para el otro. Adoptar, mi amor, es comprometerse a amar y cuidar a alguien el resto de tu vida. Tú nos adoptaste, nos hiciste especiales para tí y distintos a todos. Tú nos diste esta vida de sobresaltos y alegrías que es criar a un hijo, y nosostros te vamos a amar y cuidar para siempre. No sólo la sangre ata, ata el amor, y tu padre y yo os queremos más de lo que nunca os podréis imaginar.

Hace diez años aterrizamos en Kiev esperando que la vida nos hiciera un regalo. No podíamos haber sido más afortunados.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por enviarme tus comentarios y perdoname si tardo en subirlos. Lo haré lo antes que pueda. Espero que estés disfrutando el blog.