jueves, noviembre 28

Fases

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Últimamente, a Nico le ha dado por hablar de la muerte, creo que es una fase típica a esta edad y recomiendan tratar el tema con toda normalidad, recuerdo que Alex también pasó por ella, pero, la verdad, es un poco deprimente hablar de la muerte con mi ratón de 4 años.
  • Mami, te quiero mucho…. menos cuando te mueres
  • Hombre, de momento no tengo pensado morirme mi amor, pero cuando me muera ¿ya no me vas a querer?
  • No, porque ya no te voy a ver más
Lo tiene claro mi enano, el muerto al hoyo y el vivo al bollo…
  • Hijo, pero aunque no me veas, me puedes seguir queriendo y acordándote de mí como yo me acuerdo de mis abuelitos
  • Es un rollo lo de morirse, mami
  • ¿Estás preocupado, quieres hablar?
  • Si…. Es que mira mami, yo no quiero que te mueras, ni Daddy, ni Abu… Pero es que nos hacemos viejecitos y nos morimos
  • Bueno, mi amor, pero a lo mejor falta mucho tiempo,  no hay que preocuparse ahora. Lo importante es disfrutar cada día y vivir muchas cosas bonitas y aprovechar el tiempo que tenemos juntos
  • Pero me preocupo porque si nos morimos, entonces ya no podemos sobrevivir ninguno
Efectivamente, el concepto lo tiene asumido.
  • Yo no me quiero morir, no quiero dejar de verte mami
  • Pero , ¿sabes una cosa?. Cuando nos morimos, vamos al cielo y allí estaremos todos juntos otra vez
Esto parece que le ha gustado más. Se le han iluminado los ojitos.
  • Entonces le voy a decir a mi amigo Álvaro que nos vemos en el cielo porque quiero jugar con las nubes y hacer un muñeco de nieve de nube con él…. Eso va a molar mucho, mami.
  • Si, mi amor, eso mola mucho…

No puedo imaginar siquiera la vida sin ti, mi tesoro. Si tú faltaras, el mundo giraría en una órbita sin sentido,  el paisaje se volvería blanco y negro, no como el blanco y negro lleno de medios tonos y claroscuros de las películas de Capra, sino un blanco y negro absoluto, sin matices, sin detalles, sin escalas, sin luces, ni sombras, ni brillos…. No concibo un mundo en el que no resuene tu risa por cada esquina, en el que tu voz no llene el silencio de los pasillos y las habitaciones, un mundo sin tus preguntas cada dos minutos, sin tus explicaciones profundas, sin tus manitas sobre mi cara, sin los luceros traviesos que se te pegan a los ojos cuando te ríes, sin tus abrazos de osito.

Ay, Nico, te propongo un trato, no hablemos más de la muerte, que ya sé que es una fase natural de tu proceso de maduración pero me da un bajón que no te lo puedo ni explicar, hablemos solo de planes chulos, vamos a comernos a besos, a jugar hasta cansarnos, a bebernos la vida a tragos grandes, vamos a cogernos de la mano todos y a explorar montañas, pueblos y mares, a crear experiencias mágicas que llenen más de una vida, leamos juntos cuentos maravillosos, llenemos cada día de risas, hagamos castillos de arena en mil playas por descubrir, escribamos muchas cartas a los Reyes Magos para que nos dure siempre la ilusión de la infancia, achuchémonos cada noche en un abrazo apretado, querámonos hasta el infinito y más allá y luego Dios dirá. 

La vida es un regalo, Nico, un ratito corto en un espacio cambiante con nubosidad variable, en el que vosotros sois los rayos del sol. Vamos a vivir a tope cada día juntos, sin pensar en cuantos nos quedarán hasta que nos encontremos todos de nuevo haciendo muñecos de nieve de nube en el cielo.


viernes, noviembre 1

DIEZ AÑOS DE VIDA

Hace diez años (madre mia, diez años ya) llegábamos a Kiev tirando con mucha fuerza de un hilo rojo que parecía interminable, con nuestros maletones color esperanza rebosando miedos, incertidumbres, ilusiones, papeles, amor sin freno. Llegamos a un Kiev gris y frío con el diccionario de ruso en una mano, con cincuenta palabras aprendidas y sin el manual de instrucciones de padres primerizos (aunque de la mano de mis padres, manual con patas de padres ejemplares). 

Recuerdo el apartamento, las caras de nuestros "cuidadores", la angustia infinita de la primera noche, los nervios en el estomago, las conversaciones un tanto intrascendentes en la cena para no hablar de los miedos y los nervios, la noche en vela. 

Recuerdo la visita al Centro de Adopciones, las carpetas llenas de fichas, la prepotencia de los funcionarios, el ramo de flores para la directora del centro, las docenas de familias en la sala de espera como si fueran a pasar a ver al médico o a renovar el carnet de identidad pero sabiendo que detrás de aquellas puertas, en aquellos archivadores polvorientos, estaban todas las esperanzas e ilusiones concentradas en años de espera, de burocracia, de confiar en el destino, en Dios, en la ayuda de desconocidos que a través del bendito internet te tendían una mano y te alumbraban el camino para dar el siguiente paso. Y todos los pasos llevaban a aquella pequeñísima sala de espera llena de casi-padres, de familias de diversas nacionalidades a punto de nacer o de completarse, a esa sala llena de murmullos, de angustia y de sueños.

Recuerdo unos dias despues el viaje a Odessa (¡¡como para olvidarlo!!) y, por fin, recuerdo la cara de mi hijo en el segundo en que la vida nos cambió para siempre y para mejor. Han pasado diez años, pero aunque pasen cien, nunca podré olvidar la cara de mi hijo, que aún no era mi hijo, en el momento que me miró por primera vez.

Hace diez años conocimos a este pequeño gran hombre que llena de luz cada segundo de cada día. ¡Que poquito has cambiado, cosaco!. Sigues siendo ese niño tierno, confiado, divertido, inquieto, curioso y alocado que eras cuando te conocimos. Y, sin embargo, ya casi eres un hombre. 

Me has preguntado alguna vez, ahora que te gusta tanto buscar palabras en el diccionario, que es es adoptar. Adoptar, hijo, es abrirle tu corazón a alguien que no es de tu sangre y dejar que te lo robe por completo, que te lo llene de ternura, que ponga tu vida boca abajo y se convierta en una parte de ti. Es un poco como lo que dice el zorro de El Principito (que espero algun día leerás tu solo), cuando domesticas a alguien, cuando lo adoptas, tienes necesidad de esa persona para siempre, siempre seremos especiales el uno para el otro. Adoptar, mi amor, es comprometerse a amar y cuidar a alguien el resto de tu vida. Tú nos adoptaste, nos hiciste especiales para tí y distintos a todos. Tú nos diste esta vida de sobresaltos y alegrías que es criar a un hijo, y nosostros te vamos a amar y cuidar para siempre. No sólo la sangre ata, ata el amor, y tu padre y yo os queremos más de lo que nunca os podréis imaginar.

Hace diez años aterrizamos en Kiev esperando que la vida nos hiciera un regalo. No podíamos haber sido más afortunados.