Yo tuve la inmensa suerte de ir al SEK Ciudalcampo, no sé si todos los que
han pasado por este colegio piensan lo mismo que yo, pero me siento muy
afortunada de que esas paredes verdes y vallas amarillas fueran el escenario y
el paisaje de mi infancia. Allí crecí, sufrí, lloré, reí, me enamoré, me caí y
me volví a levantar con las rodillas magulladas y el orgullo un poco
perjudicado, allí hice amigos que lo serán siempre aunque no nos veamos nunca,
porque compartimos tantas primeras veces, tantos descubrimientos, tantos
recuerdos de los que no se borran nunca….
Y allí, sobre todo, aprendí. Aprendí no solo a leer y escribir, las tablas de
multiplicar y la de los elementos periódicos, las leyes de la Física (bueno,
alguna que otra..), la historia de
España y cuatro palabras en latín… Aprendí también a pelear mis propias
batallas, a enfrentarme a mis miedos, a superar pruebas y obstáculos (excepto
el de terminar el cross, correr nunca
fue lo mio..), aprendí a pelear mis propias batallas, aprendí que no somos
inmortales pero que juntos somos más fuertes, aprendí a pedir responsabilidades
y a cumplir con mis obligaciones, a ir
decidiendo quien quería ser en la vida. Y lo hice gracias a muchas personas
extraordinarias que de pequeña me parecían muy mayores pero que debían ser muy
jóvenes y llenos de energía para lidiar con tanto niño y tanto grito, y que de
mayor se convirtieron en asesores y consejeros primero, y en amigos después:
mis maestros. Bueno, para nosotros siempre fueron “los profes”.
Porque mucho de lo que aprendí, no venía en los libros. Aprendí a ser
responsable (y también que me gustaba mucho mandar) ayudando a Cuqui en 1º de
EGB, aprendí a ser humilde y a tener siempre una palabra amable para los demás de
Socorro y Petra, mis profes de religión (pobrecitas, si me vieran ahora!!), alimenté
mi amor sin fin por la danza curtiéndome en mil festivales de la mano de Ana
Maria y de Paula, descubrí que me apasionaba escribir con la señorita Pilar que
animó mis primeras redacciones y leyó con paciencia mis primeros cuentos y
poemas, pidiéndome siempre más. Recuerdo a todos mis profes de pequeña: nuestra
querida Marisol, D. Isi, Adelaida, D. Luis… (no sé por qué ellos llevaban el
Don delante y a ellas las llamábamos por el nombre…), sus motes, sus clases,
las fotos de grupo de fin de curso…
Pero recuerdo, sobre todo, a los profes
que me forjaron como persona en ese territorio inexplorado e inexplicable
que es la adolescencia, en esa peligrosa y sutil frontera entre la infancia y
la edad adulta cuando te debates entre el vértigo de lo que viene y las ganas
de comerte el mundo a mordiscos, cuando te bebes la vida a tragos como si no hubiera un mañana y todo
te parece posible, cuando cada amor te parece el primero y el último y empiezas
a trazar con mano más o menos firme tu propio mapa del mundo. Entre la complicidad
y la disciplina, entre broncas y bromas, entre la confidencia, la rebeldía y el
consejo, nos dieron los mimbres para nuestros cestos de adultos. Para mí,
muchos fueron faro y guía, me empujaron hacia la independencia, me desafiaron a
ser mejor, me retaron a superarme, supieron entender a veces aquellas emociones
que ni yo misma entendía y canalizaron mis vocaciones y mis pasiones. Rodrigo
me animo a leer más y mejor, me descubrió las “Memorias de Adriano” en traducción
de Cortázar y gracias a él me empapé de Marguerite Yourcenar, de Unamuno, de
Baroja..; Eugene nos trató por primera vez como adultos; Enrique se convirtió
en confesor y amigo y nos brindó viajes inolvidables para descubrir la Historia
del Arte en primera persona, donde entre coca-colas ( y alguna cerveza),
cuadros y viejas iglesias se forjaron amistades inolvidables; Salvador y
Serafín me obligaron a mejorar incluso en lo que peor se me daba, sin
permitirme flojear, y Miguel, mi maestro, me enseñó en sus inolvidables clases
de filosofía, casi todo lo demás, a pensar, a cuestionarme el mundo, a
contemplar una verdad poliédrica y cambiante, un mundo puesto en contexto, unas
verdades inmutables mutadas por el prisma de la época, las creencias, los
valores, a debatir ya aceptar que la verdad tiene muchas caras… En aquellas
clases de filosofía, llenas de preguntas, me convertí en una gran parte de lo
que soy. Nunca he vuelto a sentir que se me abrían tantas posibilidades, que había
tanto por aprender, tanto por descubrir… Nunca me he vuelto a sentir tan capaz
y tan inspirada.
En un colegio enorme, yo nunca me sentí un ficha ni un número, nunca me perdí,
mis profesores crearon puentes y mis amigos me tendieron la mano para irlos
cruzando (aunque seamos cuarentones todos ya, yo les sigo viendo corriendo por
los patios en pantalón corto detrás de un balón, leyendo El señor de los anillos (si, hijos, leíamos...) jugando a la goma y al
balontiro, comiendo donuts de chocolate, y remangándonos la falda en los baños
antes de salir al patio…).
Algunos, pocos ya (no Alex, se que te parece increíble porque me ves muy joven, pero tu profe de
ciencias que tiene 28 años aproximadamente, no me dió clase a mi…), dan clase
ahora a mis hijos, y espero que dejen en ellos la misma huella o que, por lo
menos, les despierten la curiosidad por aprender, que estén ahí para ellos
cuando sientan que nosotros no lo estamos, que les guien, que les anclan con
buenos valores y les den alas para volar.
Hoy es dia de dar gracias y además es el Dia del Maestro, asi que, gracias profes, de todo corazón.